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Pasado los últimos alcornoques, nos encontramos ante un extenso y hermoso prado verde. Saltando la verja, dejamos atrás el bosque para adentrarnos en él.

Caminamos y al llegar a un árbol paramos a su sombra. A lo lejos sobre un monte se podía divisar un pueblo blanco gaditano. De la cesta de mimbre saqué un mantel a cuadros q desplegué sobre la hierba, y una botella de vino. Saqué una cadena que até a su collar. Le ordené que se desnudase mientras abría la botella. Una vez desnuda se puso a cuatro patas junto al mantel. Cogí unos tacos de queso payoyo que, por cada dos o tres que me comía le arrojaba uno al suelo que buscaba entre la hierba y cogía con la boca.

Aparecieron unos toros de lidia negro azabache en la finca colindante…

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