Apuramos los rebujitos, no se cuántos llevábamos, sin dejar gota en los catavinos para acabar juntando nuestros labios en un fresco beso. Le agarré la mano y abandonamos la caseta ante la atenta mirada de todos. Estaba espectacular en ese traje flamenco, todo negro hasta sus volantes y sus encajes, bien ceñido. El mantón de mismo color y el clavel en el pelo eran ya el culmen.
La ayudé a subir al coche de caballos. Tirado por dos ejemplares negro azabache engalanados para la ocasión, abandonamos el Real…
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